Perder la razón, una y otra vez. Arremetiendo contra las olas, mi cuerpo atemperado, no aguanta los envites, y una y otra vez, y poco a poco, las rodillas van cediendo, hasta que al final hincan en la arena, hastiadas de la sangre que ya no cumple su función.
Perder la razón de esta manera me acerca un poco más a la locura, pero a la de verdad. La locura que te hace ser distinto a cualquier otro, la que te marca como un apestado, y que te sitúa fuera de lo humano. Ahora eres un animal que no supo usar su bien más preciado, su razón. Ahora soy instinto en mayúsculas.
Perder la razón, notar que el viento me inclina hacia donde él quiere, y que por mucho que luche, la batalla está perdida. Perderla hasta darme cuenta que en ese perder algo se puede encontrar, algo ignoto hasta ahora, pero algo más valioso que cualquier pensamiento superior que mi razón me proporcionara.
Perder la razón debería ser obligatorio cuando se quiere a alguien, cuando se escucha lo que estoy escuchando ahora (47 years), cuando se leen cosas maravillosas de personas maravillosas, cuando se hace música con pasión, cuando se hace filosofía con pasión, cuando se lee a Shakespeare con pasión y cuando gritamos a los cuatro vientos que lo que poseemos no nos define, sino lo que somos.
Perder la razón es encontrar ese ser maravilloso que anda por ahí, desvalido, pero capaz de todo. Abrumado, pero que no se achanta ante nada. Moribundo, porque no sabe que la vida lo es todo. Y sin vida, nada somos.
Que en el fin de mis días, Dios me dé la virtud de la pasión por encima de la de la razón. Quiero morir apasionado y desbordado por la música, por el arte, por la proyección de lo humano en lo irracional, por lo que nos quedará, por ese amor, irreductible, inconmensurable… Once I wanted to be the greatest…